miércoles, 6 de mayo de 2009

Historia del buceo


Desde tiempos inmemorables, el hombre ha sentido curiosidad por el fondo marino. Existen documentos que confirman esta actividad desde la prehistoria, pasando por la era de los faraones en Egipto, así como en la Grecia y Roma antiguas. El ser humano se sumergió, como método para espiar al enemigo, y también para encontrar alimento. Pero, sin duda, fue a partir de la Edad Media cuando se idearon artilugios para poder observar el fondo marino. Ya existía un rudimentario material de buceo, como el tubo respirador, pero se fueron mejorando a lo largo de los siglos.


Pese a existir pinturas y obras escultóricas, que confirman la afición del hombre por esta disciplina, también se plasmó en papel. Miguel de Cervantes en El Quijote incorpora el personaje del "Peje Nicolau" quien remite al buceador Nicolás cuyas proezas se transmitieron de generación en generación.
Durante el Renacimiento, un nombre propio por sus peculiares inventos pasó a la historia. Leonardo da Vinci dio rienda suelta a su curiosidad con infinidad de documentos que han sido base de la era moderna. Entre ellos, también destacaron algunos orientados hacia el submarinismo como una versión del tubo (snorkel) y un casco completo, como una especie de capuchón con púas, contra posibles depredadores.

La era de los inventos
Pero fue a partir del siglo XVII cuando se sucedieron los inventos con el firme propósito de permitir a los buceadores sumergirse a mayor profunidad. Ganó popularidad la campana de buceo y un nombre propio, Augustus Siebe quien redujo el tamaño de esta campana hasta convertirlo en un casco que recibía aire desde una bomba situada en la superficie. Las campañas bélicas, como siempre sucede, "ayudaron" a mejorar este material.
Llegados al siglo XX, se patentaron algunos elementos que se han convertido en imprescindibles en la actualidad como las aletas o patas de rana (1935), el tubo respirador (1938) y la máscara que abarca ojos y nariz, patentada en 1938. La auténtica revolución llegó de la mano del equipo de Jacques Cousteau, intrépido y polémico aventurero quien en 1943 puso en práctica un aparato que habría de convertirse en aquel con el que tantas generaciones habían soñado. Se trataba de la escafandra autónoma. Este sistema daba la oportunidad de bajar a unas superficies nunca imaginadas por el hombre y con un sistema de respiración bastante aceptable.
A partir de entonces, la tecnología se ha puesto al servicio de este deporte y la búsqueda de materiales permeables y más cómodos ha potenciado un mercado que sigue en constante evolución, respetando el medio ambiente.
Proteger el fondo marino se ha convertido en una prioridad, para poder seguir observando de cerca una biodiversidad que sigue emocionando a muchos buceadores.

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